jueves, 11 de julio de 2019


En “Os salvaré la vida” de Joaquín Leguina y Rubén Buren (nieto de Amapola, la hija de Melchor Rodríguez), se recrea la vida de Melchor Rodríguez (1893-1972), un anarcosindicalista histórico y singular, con un papel importante durante la Guerra Civil, aunque poco conocido y poco valorado.
El relato se centra en el palacio de Viana, donde conviven los protagonistas y refugiados de todas las tendencias, entre ellos, la joven comunista Juana, herida en las calles y recogida por Melchor durante las revueltas protagonizadas por cenetistas y socialistas contra los comunistas que siguieron al golpe de Estado del Coronel Casado contra el Gobierno de Negrín en las postrimerías de la guerra civil.
Se narra la vida personal y familiar de Melchor, a través de su hija Amapola. En aquel palacio de Viana, requisado por “Los Libertos”, se dio cobijo a multitud de personas y familias que veían amenazada su vida. El palacete, en la céntrica calle del Duque de Rivas, era propiedad del marqués de Viana, Teobaldo Saavedra, que se encontraba con Alfonso XIII en Roma, y la Duquesa de Peñaranda, su mujer que había conseguido refugiarse en la embajada de Rumania.
Melchor Rodríguez nació en Triana (Sevilla), desempeñó varios oficios y fue hasta novillero creyendo que ahí iba a encontrar fortuna. Las cornadas le apartaron de los ruedos. En Madrid se afilió a la UGT, pero enseguida se afilió al grupo ácrata «Los Libertos», defensores de un humanismo anarquista que les hacía chocar con el comunismo y el modelo soviético. Colaboró en el periódico La Tierra, órgano de los anarcosindicalistas, en Solidaridad Obrera, Campo Libre… y fue encarcelado varias veces. En Madrid se casó con Francisca Muñoz, una antigua bailaora amiga de Pastora Imperio y Melchor trabajó en los mejores garajes porque era cotizado como chapista. En 1934 fue elegido concejal del Ayuntamiento madrileño, y al estallar la guerra civil se mantuvo fiel al Gobierno legítimamente constituido.
En noviembre de 1936 fue nombrado delegado especial de prisiones, cuando el ministro de Justicia, en el gobierno de Francisco Largo Caballero, era el anarquista Juan García Oliver. Melchor contaba con la ayuda de cargos republicanos y de miembros del cuerpo diplomático.
Durante los pocos meses que estuvo en el cargo, Melchor Rodríguez restableció en sus cargos a los funcionarios de prisiones, despidiendo a los milicianos que se habían responsabilizado de la custodia de los detenidos, cesaron las sacas de presos y sólo se cumplieron las sentencias de muerte dictadas por los Tribunales Populares. Facilitó que los presos detenidos pudiesen comunicarse con sus familias. En Madrid había 11.200 reclusos. En algunos sectores de los sublevados fue conocido como el Ángel Rojo, y algunos comunistas le acusaron de quintacolumnista. Se enfrentó a Santiago Carillo, a José Cazorla, a Serrano Poncela, miembros de la Junta de Defensa de Madrid que obedecían las consignas de los asesores soviéticos de limpiar la retaguardia. Consecuencia de todo ello, el gobierno de Largo Caballero terminó disolviendo la Junta de Defensa.
También se enfrentó al pistolerismo de elementos que habían recalado en la FAI y que, carentes de ideología, estaban cerca de la delincuencia común.
El 6 de diciembre de 1936, una multitud de civiles exigía venganza por un bombardeo faccioso en Alcalá de Henares. Las posibles víctimas: 1532 presos de la cárcel de Alcalá. Durante horas, solo y armado con su palabra, Melchor Rodríguez consigue que aquella muchedumbre desista de su propósito. Gracias a su actuación consigue salvar a los 1532 presos. Cesó en su cargo en marzo de 1937.
En marzo de 1939, Melchor fue encargado de coordinar la ayuda a los refugiados libertarios en Francia por el Comité Nacional del Movimiento Libertario.
Al finalizar la guerra se quedó en Madrid, cuyo Ayuntamiento, como último Alcalde republicano, entregó a las tropas que ocuparon la capital. Fue detenido y juzgado. En uno de los consejos de guerra al que fue sometido, el testimonio del general del bando nacional Agustín Muñoz Grandes y miles de firmas de personas a las que había salvado, evitaron que lo condenaran a la pena de muerte. Fue finalmente condenado a 20 años y un día, de los que cumplió cinco en la cárcel.
Cuando salió en libertad provisional en 1944, renunció a trabajos que le ofrecieron personas del Régimen a quienes había salvado la vida en la guerra civil y alternó su trabajo en una compañía de seguros, “La Adriática", con la tarea de conseguir la libertad de diversos presos republicanos. “Si he actuado con humanidad, no ha sido por cristiano, sino por libertario”.
Siguió siendo libertario y militando en la CNT, lo que le valió que entrara en la cárcel en varias ocasiones. Cuando falleció en 1972, su féretro fue cubierto con la bandera rojinegra del movimiento libertario, y los católicos que acudieron rezaron un padrenuestro por el alma del difunto. Alguien entonó “A las barricadas” en el cementerio de San Justo en Madrid. Diego Abad de Santillán, el viejo líder ácrata, autor del libro “Por qué perdimos la guerra”, escribió que «el acto fue conmovedor: un testimonio de honor a la trayectoria de un hombre bueno, generoso y abnegado que mantuvo en alto, hasta el fin, su idea y su conducta humana».
El lema que guio la actuación de Melchor Rodríguez fue: «Se puede morir por las ideas, pero no matar por ellas». Melchor Rodríguez fue una persona que en las difíciles circunstancias que le tocó vivir, siempre tuvo claro que la justicia debe prevalecer sobre los arrebatos de ira y odio.

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