miércoles, 25 de julio de 2012

Con motivo de la feria taurina en la semana de fiestas en Santander, se edita una revista para la que me piden una colaboración. Esta es la de este año.

EL MAESTRO CHENEL

            “Los toreros morimos soñando que vamos a volver a torear,
              porque nos llevamos a la tumba la faena perfecta”.

                                                      Antonio Chenel “Antoñete”

En una gris y desapacible mañana del 23 de octubre del año pasado, acompañé a mi tío Marcelino al tanatorio. Me había dicho que quería despedirse de Chenel que había fallecido el día anterior. Después acudí con él por la tarde al simbólico último paseíllo en las Ventas, en la que había sido su casa y su plaza preferida. Chenel fue siempre un torero de aficionados, porque toreaba con mucha verdad, y mi tío Marcelino era y es uno de esos aficionados.
Al día siguiente, para distraerle, le sugerí que le invitaba a comer y al acceder a ello, nos acercamos en un taxi hasta “El Caldero”, un restaurante especializado en gastronomía murciana. Dimos buena cuenta de un surtido de ibéricos mientras nos preparaban un magnífico arroz al caldero.

- ¿Cuándo conociste a Antoñete?, pregunte a mi tío.

- Tuve alguna relación con su familia. Fueron malos tiempos para su padre, un republicano de izquierdas que era monosabio de las Ventas y trabajaba en la fábrica de la Moneda, de donde fue despedido por sus antecedentes políticos. Fueron malos años para aquella familia. También Chenel fue siempre un hombre de izquierdas. A el personalmente le conocí a través de su cuñado Paco Parejo, que ejercía de corralero en Las Ventas y que le había criado. Fue su cuñado el primero que le enseñó a conocer a los toros, quien le guió en los primeros años y quien le cortó la coleta en la retirada de 1975.

- Tuvo fama de seductor, de golfo amante de la noche.

- Hay algo de verdad y bastante de leyenda en ello, me contestó mi tío. Es cierto que fue un hombre de vida ajetreada y el nunca se ocultó. Cuando tuve que hacer unos extras en la barra del Moroco, alguna noche le vi por allí.

Antoñete tomó la alternativa el 8 de marzo de 1952, siendo padrino Julio Aparicio con Pedrés de testigo y la confirmó el 13 de mayo de 1953 formando terna con Rafael Ortega y Julio Aparicio.
Mientras nos servían el arroz, mi tío Marcelino me fue recordando apuntes de la vida de Chenel.

- Problemas personales y profesionales le hicieron retirarse y regresar al ruedo varias veces. Se marchó en 1975 y volvió en 1981. Se retiró definitivamente en Bilbao en 1988, aunque siguió toreando festivales y solo en 2001, por problemas respiratorios finalizó definitivamente su carrera de torero en activo.

- Pero qué pasó realmente después de aquella retirada de 1975 que parecía definitiva, pregunté a mi tío.

- Pues que de nuevo se veía sin contratos, solo, con mucha amargura y sin ganas de pelea. Le llamaron de Venezuela en 1977 y lo que se reducía inicialmente a torear un festival, se prolongó con grandes éxitos durante dos años y en 1981 volvió a triunfar en Madrid.

- Siempre me has dicho que una de las tardes grandes que tú has visto en los ruedos fue la de Antoñete frente al toro blanco de Osborne.

- Recuerdo que por alguna cuestión profesional no me pudiste acompañar aquella tarde. A principios de 1965 se había separado de Pilar, la hija del banquero López Quesada, con la que se había casado en 1956 y con quien tuvo seis hijos. Un día recogió los trastos de torear y se fue sin un duro. Dejó lo que tenía, que no era poco, a los hijos.

- Fue entonces cuando dijo aquello de: “Estaba sin tabaco, tieso como la mojama, pegando algún toque a los amigos, aguantando como podía”.

- Es una frase muy suya, me dijo mi tío Marcelino. Chenel estaba decidido a hacerse banderillero, cuando su cuñado Parejo le consiguió una oportunidad en Las Ventas en 1965. Triunfó aquel día y ello no solo le abrió la puerta de Las Ventas, sino que le permitió colocarse en los carteles de San Isidro un año después y el 15 de mayo de 1966 triunfó con “Atrevido”, aquel toro blanco de Osborne. Los entendidos suelen hablar del toro ensabanado, pero yo prefiero hablar del toro blanco de Osborne. Quien aquel día viera torear a Chenel no puede olvidar su inicio de faena con ayudados por bajo marca de la casa, las series de naturales, los derechazos, el molinete, los adornos. Fue una faena completa, cargada de temple, sentimiento y elegancia. Por culpa de la espada solo pudo cortar una oreja aquella tarde para el recuerdo.

Era cierto lo que me decía mi tío. Un viaje profesional me impidió ver a Antoñete aquella tarde en Madrid.

- Chenel, muy madrileño, fue torero toda su vida, siguió comentando mi tío. En activo se mantuvo durante más de cincuenta años entre despedidas por falta de contratos seguidas de reapariciones importantes acuciado por las ganas de torear y por necesidades económicas. Un torero de éxitos inmensos y de algún petardazo; de lesiones y cogidas tremendas; un torero muy querido por los aficionados exigentes y reconocido por todos. El torero del mechón blanco que hablaba poco, pero decía muchas cosas con aquella voz dura quemada por el tabaco. Ante los toros tenía la sabiduría de saberse colocar, de cargar la suerte, de dominar las distancias y los terrenos para superar de esa forma alguna carencia de sus facultades físicas. Un torero clásico, de talento, creador, que sabía lidiar, que no es otra cosa que dar al toro el toreo que necesita.

- La espada le privó de cortar muchos apéndices, pero sus faenas fueron quedando para la historia y el recuerdo.

Habíamos terminado de comer y salimos a dar un paseo hasta sentarnos en una terraza al abrigo del viento. Nos sentamos y pedimos unos cafés. Mi tío encendió su cigarro.

- Esto de no poder fumar en los bares y en los restaurantes es un coñazo, sobrino, cada día lo llevo peor.

Antes de regresar a su casa, me dijo mi tío Marcelino que esa noche volvería leer algunas páginas de “Antoñete. El Maestro”, la biografía de Chenel que había escrito Manuel Molés en 1996 y que yo le había regalado cuando salió a la venta.


miércoles, 18 de julio de 2012

Un artículo de Javier Cercas, “El canto de los derrotados”, publicado en El País Semanal, recordaba la película de Campanella “El secreto de tus ojos” en los que un personaje dice: “un tipo puede cambiar de todo, de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión”. Como dice Cercas: la pasión que no se puede cambiar es la pasión por un equipo de fútbol. “Cuando se quiere con pasión a un equipo, ya nunca se puede cambiar de pasión”.
Es lo que me ocurre a mí con el Barça.
He leído “ROSA DE FUEGO” de EMILIO MARRESE. “Rosa de foc”, llamaban los anarquistas a Barcelona en la Guerra Civil, una expresión acuñada por Friedrich Engels en 1873.
Una historia de amor entre un joven mexicano y una muchacha de Barcelona y una investigación sobre una joven que aparece estrangulada en un piso alquilado por un jugador del Barcelona, le sirven al autor como soporte para aproximarse a la Barcelona de 1937 en plena Guerra Civil y para narrar algunas historias del Barça: el asesinato en la sierra de Madrid por un grupo de los rebeldes sublevados en agosto de 1936 del presidente del Barça Joseph Sunyol i Garriga, diputado nacionalista catalán y la gira del Barça por México y Estados Unidos como embajada de la República y de Cataluña y de cómo de aquella gira regresaron muy pocos jugadores porque la mayoría se quedó en México, Venezuela o Francia.
“De aquel equipo solo quedaba un masajista y una esponja. Con esas armas el Barcelona refundó su historia”, escribió no hace mucho tiempo Juan Villoro.


jueves, 12 de julio de 2012

JOSEP BRANGULÍ (1879-1945), fue un pionero del periodismo gráfico que retrató el paisaje urbano y social de una Barcelona en transformación entre 1900 y 1945. También fue importante su trabajo fotográfico durante la guerra civil española. Su archivo fue adquirido en 1992 por la Generalitat de Cantaluña.

lunes, 2 de julio de 2012

Me sumo a las felicitaciones a la Selección Española de Fútbol. Nos han dado una alegría todos y en ese todos estamos incluidos los que disfrutamos con su buena forma de jugar. En tiempos grises no viene mal una alegría y un desahogo, aunque sea con ciertos tintes de frivolidad.