jueves, 26 de marzo de 2009

"Conversión de los moriscos por el beato Juan de Ribera". Oleo de Francisco Domínguez (1532 - 1611)

En 2009 se conmemora el cuarto centenario de la expulsión de España de los moriscos.
El 22.09.1609, bajo el reinado de Felipe III, con la medida adoptada por el Duque de Lerma y con el poyo de la Jerarquía eclesiástica, comenzó la expulsión de la comunidad morisca: medio millón de personas. La operación se extendió hasta 1614. Un acontecimiento con una importante vertiente cultural, pero también política. España debiera hacer hoy un esfuerzo, con la excusa de este hecho histórico, para fomentar instrumentos de diálogo y de paz entre Occidente y el mundo islámico.
Los moriscos fueron aquellos que se quedaron en España después de la toma de Granada por los Reyes Católicos. El pacto de los monarcas españoles y el Rey Boabdil fue que se respetarían las costumbres y creencias religiosas de los musulmanes a cambio de fidelidad a los Reyes.
El pacto se respetó durante poco tiempo, porque las autoridades civiles y eclesiásticas pronto obligaron a los moriscos a convertirse al cristianismo. En 1499 el Cardenal Cisneros instó a la conversión forzada a los granadinos que permanecían en Granada después de la toma por los Reyes Católicos.
El debate se establecía entre quienes defendían la integración de los moriscos reivindicando el valor del comercio, del trabajo y del esfuerzo y quienes desde las convicciones de cristianos viejos defendían la limpieza de sangra por encima de cualquier otras valoraciones o méritos.
Las conversiones forzosas, la obligación de abandonar vestimentas y costumbres, la prohibición del uso de la lengua árabe, las amenazas de expulsión a quienes no se convirtieran y las actuaciones de la Inquisición terminaron en una guerra civil, conocida en la Historia como la de Las Alpujarras.
En 1571 las tropas reales acabaron con los últimos reductos de los moriscos, que como había sucedido anteriormente con los judíos, se vieron obligados a convertirse al cristianismo o salir al exilio, algunos hacia América, otros hacia el centro de África y la mayoría hacia países de la costa mediterránea. Hoy existen descendientes de moriscos en Marruecos, Túnez y Argelia.
Conocer el problema morisco y las decisiones adoptadas, es conocer mejor las causas de la expulsión y a quienes apoyaron o se opusieron a aquel bando.
Fue otra expresión más de la vieja lucha en España entre los regeneracionistas, los liberales y pragmáticos frente a los reaccionarios partidarios de la ortodoxia católica, del Santo Oficio y el oscurantismo; la vieja lucha entre los partidarios de la fe ciega y la libertad de conciencia.
Seguramente es una ocasión para que conozcamos mejor nuestra historia y que nos reconciliemos con aquellos que fueron españoles, que fueron expulsados de su patria y que supieron conservar un legado cultural que sobrepasa la nostalgia y el sufrimiento de un exilio forzoso

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