jueves, 18 de mayo de 2023


 Notas después de leer la novela “EL RUIDO DE ENTONCES” de ANTÓN ARRIOLA

“El ingeniero había salido de la central a las 19:45, en su Seat 131 de color blanco. Nunca llegó a casa. A las 21:30, se recibió una llamada en la delegación en Bilbao del diario Egin. «Tenemos a Ryan, de Iberduero», dijeron. Comenzó entonces una morosa semana de angustia y esperanza, cuyo desenlace pasaría a formar parte de la historia de la infamia. Desde aquel tiempo mi madre, al despertarse los sábados por la mañana, oía el ruido de una segadora. La maquinaria del mundo se ponía en marcha con un ronroneo estremecedor, que le hablaba de aniquilamiento y desolación como ningún elaborado soneto o discurso pudiera hacerlo. Pero solo existía ya dentro de su cabeza: hacía años que José Mari había dejado de cortar la hierba de su jardín”.

Mediante una combinación de ficción y crónica autobiográfica, “El ruido de entonces” se adentra en los trágicos hechos que acontecieron alrededor de la central nuclear de Lemóniz. El secuestro del ingeniero José Mari Ryan, el 29 de enero de 1981, asesinado por ETA el 6 de febrero, vecino y amigo de la familia del autor, constituye su elemento central. El padre del autor hizo la mili con Ryan y comenzó a trabajar en Iberduero (ahora Iberdrola) el mismo día en que lo hizo el ingeniero asesinado. Su padre fue junto a otro ingeniero de Iberduero, al bosque donde los terroristas habían matado a su amigo, donde agentes de la Guardia Civil se hallaban "muy nerviosos" ante la posibilidad de que, en vez de encontrar a la víctima, ETA les hubiesen tendido una trampa y fuera a explotar una bomba.

En esa alternancia entre realidad y ficción, el autor reflexiona también sobre lo que supuso para la sociedad vasca ese suceso, con el que "muchos abrieron los ojos", "se les cayó la venda", ante la violencia de ETA, la cual logró "uno de sus mayores éxitos, si no el mayor" con la paralización del proyecto de la central de Lemóniz, aunque su estrategia criminal fue contestada con manifestaciones multitudinarias en las calles. Ryan no fue el único asesinado en Lemoiz: en 1978, una bomba mató a dos empleados de la central: Alberto Negro y Andrés Guerra; en 1979 asesinó a Ángel Baños y dos años después de asesinar a Ryan, ETA asesinó a Ángel Pascual Múgica en presencia de su hijo.

Junto a la pretensión inicial de contar la historia de un hombre inocente atrapado en una encrucijada, del relato irá aflorando una convicción: la necesidad de recuperar los recuerdos dolorosos de entonces, para que entre todos convirtamos a la memoria en guardiana de nuestro futuro. El autor vivió muy de cerca aquel dramático episodio.

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