viernes, 7 de junio de 2019


Notas después de leer “El orden del día” de Éric Vuillard, premio Goncourt en 2016
El 20 de febrero de 1933 (unos días antes del incendio del Reichstag), en el propio Reichstag tuvo lugar una reunión secreta, (no estaba en el orden del día), en la que veintisiete grandes industriales alemanes —entre ellos los dueños de Opel, Krupp, Siemens, IG Farben, Bayer, Allianz, Telefunken, Agfa y Varta— acordaron donar ingentes cantidades a Hitler para conseguir la estabilidad que él prometía, apoyándole en las inminentes elecciones parlamentarias. Los empresarios se reunieron en el despacho de Göring y, tras escuchar a Hitler, acordaron entregar unas sumas muy importantes de dinero para garantizar la victoria del NSDAP. Gustav Krupp, el célebre empresario del acero, donó entonces un millón de marcos a los nazis.
Fueron algunos de los grandes empresarios que financiaron el ascenso de Hitler al poder y conservaron sus privilegios tras la guerra. Querían creer que así lograrían evitar el ascenso del comunismo y neutralizar a los molestos sindicatos y entrar en una nueva era de prosperidad.
Entre los asistentes, se halla Gustav von Krupp, poderoso gestor del grupo Krupp AG, la compañía que desde hace décadas lidera en Alemania la producción de acero, armamento y maquinaría agrícola pesada. Su fotografía sirve de portada a la novela de Vuillard, mostrando el rostro aristocrático de un hombre que llegó a construir empresas en las cercanías de Auschwitz para utilizar mano de obra esclava. 
Desde aquel año, Hitler ideó una estrategia de cara a la comunidad internacional para anexionarse Austria «pacíficamente»; para ello, mientras se ganaba el apoyo o el silencio de algunos primeros ministros europeos, mantuvo una guerra psicológica con el dictador nacional católico de Austria, el canciller Kurt vonSchuschnigg, que se entrevistará con Hitler en Berghof, intentando preservar la soberanía de Austria, pero su carácter débil naufraga en la impotencia. La invasión será un hecho. Las multitudes aplauden y sonríen, pero en el mes siguiente se suicidan en Austria 1.500 personas: judíos, socialdemócratas, intelectuales.
En “El orden del día” se narran hechos y escenas sobre el ascenso de Hitler al poder, en una lección de literatura, historia y moral política. Una magnífica novela, original, provocadora, muy bien escrita.
El nacionalsocialismo alemán aprovechó la exaltación nacionalista de Herder y Fichte, el panegírico del Estado prusiano de Hegel y la utopía comunitaria de Schelling. Son ideas filosóficas, pero en los años 30 ya habían echado raíces en el inconsciente colectivo. Cuando Hitler anunció a sus generales en 1937 que el Reich alemán debía controlar el corazón de Europa y extenderse hacia el Este, no halló oposición, sino entusiasmo. La doctrina del espacio vital ya no parecía una reivindicación política, sino una exigencia de la razón.
Hitler fue derrotado, pero las empresas que lo financiaron y obtuvieron grandes beneficios con su régimen, apenas respondieron por sus crímenes. Bayer, BMW, Siemens, Agfa, Shell, Telefunken, IG Farben, utilizaban mano de obra procedente de Mauthausen, Dachau y Auschwitz.
El poder económico se adapta a cualquier ideología para no perder su influencia. Hitler perdió la guerra, pero los Krupp siguen ahí, “con los mismos pañuelos de seda en el bolsillo de la chaqueta”, preparados para el próximo asalto. “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo -concluye Vuillard- Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y terror”. 

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