sábado, 17 de marzo de 2018


“La Triunfante” de Teresa Cremisi
La infancia de la narradora, estuvo marcada por «un puerto que conoció la gloria y el olvido, una bisagra del mundo, en la encrucijada de todos los caminos». La historia de una niña de padre italiano y madre con pasaporte inglés, que creció en la Alejandría cosmopolita de la posguerra.
Cremisi vivió los primeros 11 años de su vida en la ciudad de Kavafis. Una niña a la que su padre, durante un día de playa en la bahía de Abukir, adonde iban con un Chevrolet a comer erizos, le contó que allí, el 1 de agosto de 1798, se desarrolló una batalla naval. Aquella historia despertó su imaginación y su pasión por las aventuras marítimas, y la niña descubrió la magia de la literatura leyendo la Ilíada y soñó con ser Lawrence de Arabia.
En 1956, cuando era una adolescente, la crisis del canal de Suez en el Egipto de Nasser obligó a la familia a emigrar. El padre se arruinó y a la madre le costó mucho adaptarse a su nueva vida en Milán.
La resaca del 68 francés llega a Milán mientras la autora intenta hacerse un hueco en el periodismo enviando reseñas «no solicitadas» a los rotativos. El clima de alboroto, la violencia urbana y la radicalización es permanente, algo que colabora a que se generen noticias. La autora llega a dirigir una imprenta y lee a Constantin Kavafis –quien, como ella, nació en el Hospital Griego de Alejandría–; en este poeta ha detectado, en estado puro, «el espíritu alejandrino de la decadencia» y en él encuentra su mayor devoción.
En París descubrirá la historia de La Triunfante, una corbeta francesa del siglo XIX que surcó el océano Pacífico para tomar posesión de las islas Marquesas, otro paraíso perdido, otro sueño de aventura portuaria. La Triunfante fue una corbeta obsesivamente dibujada por el pintor Joreau. Es en esta misma corbeta en la que, en 1841, embarcará rumbo a Oceanía. Para la autora, el navío, contemplado en varios cuadros con la morosa minuciosidad que sólo permiten los años de la senectud, se convierte en símbolo de una existencia errante y con peligros que, a la larga, permiten un personal triunfo.
Teresa Cremisi, ha sido editora durante toda su vida. Conocida hasta ahora por alcanzar puestos de responsabilidad en las grandes editoriales francesas (Gallimard, Flammarion y el grupo Madrigal que reunía a ambas editoriales) y haber hecho posible la publicación de autores hoy famosos, firma este pequeño libro de memorias pretendiendo pasarlo como una «autobiografía novelada». Lo que cuenta se manifiesta como el resultado de una vida intensa y de un ajetreado cosmopolitismo.
En la novela aparecen sus veranos en Lugano, haciendo compañía a sus padres y visitando el museo que alberga la colección Thyssen, la que hoy disfrutamos en Madrid.
La agonía de la madre y la muerte del padre son las páginas amargas.
En un viaje a Alejandría, la autora revisita los lugares de su infancia y adolescencia y descubre qué poco queda de ellos. El final del protectorado inglés, el dominio absoluto de las nuevas autoridades egipcias y el acercamiento de Nasser a la URSS ha cambiado el rostro de Alejandría.
Atrani, un pueblo de la costa amalfitiana, es el último escenario del libro. A sus setenta años, y gracias a su desahogo económico, la autora practica actividades marítimas, pero también da rienda suelta a su ociosidad.

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Me gusta como describes lo que lees . Tus palabras llegan
gracias

Jesús Cabezón dijo...

Gracias a ti.