lunes, 28 de agosto de 2017

En “La hija de Cayetana”, la novela de Carmen Posadas nos cuenta una historia real de María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, decimotercera duquesa de Alba (1762-1802), superficial y caprichosa, pero una de las mujeres más carismáticas de finales del siglo XVIII, casada con su primo José Álvarez de Toledo y Gonzaga, marqués de Villafranca del Bierzo y duque de Medina Sidonia.
Cayetana, la XIII duquesa de Alba, nacida en Sevilla, no tuvo una infancia idílica. A los ocho años perdió a su padre. Al carecer de hermanos, se convirtió en la heredera de todos los títulos nobiliarios de su padre, así como los que dejara su abuelo, Fernando de Silva y Álvarez de Toledo.
Aparte de la monarquía, la Casa de Alba pugnaba en popularidad y poder con los duques de Osuna, el otro gran apellido. Para demostrar quién podía abarcar y ostentar más, no eran raras las fiestas en las que la aristócrata abría sus palacios de La Moncloa y de Buenavista a la gente de a pie, incluidos poetas e intelectuales.
A la duquesa de Alba le regalaron una niña mulata, María de la Luz. Ella se enamoró de esta niña, la adoraba, la hizo su hija legal, la crio como si fuera su propia hija y al morir en 1802, la dejó una fortuna, pero de aquella niña no se sabe prácticamente nada. Aunque hay documentación suficiente que acredita el afecto que despertó la pequeña en la Duquesa y el espacio que ocupó en su vida.
Al no tener hijos, fue su primo Carlos Miguel Fitz James Stuart y Silva quien heredó las propiedades y los títulos. Ahí terminó la estirpe de los Álvarez de Toledo y los herederos dela Casa de Alba comenzarona apellidarse Fitz James Stuart.
Seguramente, de no haber muerto Cayetana a los 40 años, la vida de María Luz hubiera sido muy distinta.
La madre biológica de la niña era una esclava embarazada por el hijo del patrón, a la que arrebatan la niña.
En aquellos tiempos existía la esclavitud en España. Con todo el desparpajo y hasta como un detalle de buen gusto, era tener esclavos negros vestidos de librea y criaditas negras.
La novela confronta la historia de estas dos madres, la duquesa de Alba y esa esclava negra a la que le arrancan la niña con dieciocho años, apenas unos meses después de dar a luz.
Al tiempo que conocemos la historia de esta niña, hija de una esclava cubana, conoceremos los entresijos de la corte de Carlos IV, la presencia de personajes como Goya y Godoy, las intrigas, venganzas y amoríos en aquella España decadente o la vida de los esclavos en España a través de su madre, que no cejará en su empeño por recuperar a su hija.
Goya, que había sido invitado por la duquesa, su mecenas, a pasar una temporada con ella en su casa de Sanlúcar de Barrameda, hizo un dibujo, que custodia el Museo del Prado, en el que se la puede ver con ella en brazos.

Es la misma niña que tira del vestido de «la Beata» –Rafaela Luisa Velázquez, camarista de la duquesa– en otro de los lienzos, junto a Tomás de Berganza, hijo del mayordomo.

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