miércoles, 28 de octubre de 2015

He leído “LOS HEREJES”, novela del cubano LEONARDO PADURA, donde aparece, de nuevo, Mario Conde para resolver problemas. La mirada de Conde, que ya hace tiempo abandonó su condición de policía, sobre la realidad social y política de Cuba es tan demoledora como su intuición.
Padura recupera en su novela un aspecto poco conocido en la historia de Cuba: la comunidad judía en La Habana.
El 13 de mayo de 1939, el buque S.S. St. Louis, en el que viajaban más novecientos judíos zarpa de Hamburgo. Huyen de Alemania. Al llegar a La Habana las autoridades cubanas vetan el desembarco de aquellos pasajeros, salvo que puedan pagar quinientos dólares por visado. Solo 23 pudieron pagar esa cantidad y fueron autorizados a desembarcar. Pasó varios días, entre el 27 de mayo de 1939 y el 3 de junio, fondeado frente a La Habana en espera de que se autorizara el desembarco de los refugiados. El buque debió regresar a Europa después de que los gobiernos de Estados Unidos y Canadá también le denegaran la entrada y de los 937 pasajeros, solo 240 sobrevivieron a los campos de exterminio nazi.  El niño Daniel Kaminsky, judío askenazí de Cracovia, y su tío Joseph esperaron en el muelle de La Habana a que descendieran sus familiares, los padres de Daniel, confiados en que éstos utilizarían ante los funcionarios un tesoro que portaban a escondidas: un pequeño lienzo de Rembrandt pintado hacia 1640 que pertenecía a los Kaminsky desde el siglo XVII. Pero el plan fracasó y el barco regresó a Alemania, llevándose consigo toda esperanza de reencuentro. Daniel creció en La Habana con su tío Joseph, conocido como Pepe Carteras por su habilidad trabajando el cuero.
Muchos años después, en 2007, cuando ese lienzo sale a subasta en Londres, el hijo de Daniel Kaminsky, Elías, viaja desde Estados Unidos a La Habana para aclarar qué sucedió con el cuadro y con su familia. Sólo alguien como el investigador Mario Conde podrá ayudarle. Elías averigua que a Daniel le atormentaba un crimen. Y que ese cuadro, una imagen de Cristo, tuvo como modelo a otro judío, que quiso trabajar en el taller de Rembrandt y aprender a pintar con el maestro.
Padura, en una magnífico ejercicio de reflexión histórica y sobre lo que significa la libertad individual frente a cualquier dogma, se adentra en los días de Rembrandt en Ámsterdam en el siglo XVII y en aquel discípulo suyo, judío, que tuvo ocultar su vocación de pintor porque no era aceptado que un judío practicara la plasmación de imágenes y fue otra víctima de la intolerancia de la época. La comunidad judía consideraba un hereje a aquel que en su pintura representara escenas del Antiguo Testamento.
Padura añade otra historia cubana, la chica de indumentaria gótica y sus amigos que no creen en la sociedad en la que viven. Conde investigará lo sucedido a esa chica y ello será el mejor pretexto para acercarse a una realidad cubana distinta a la que se ve en las calles del racionamiento, las carencias  y el desencanto.

La herejía es una forma de rebelarse, es un ejercicio de libertad frente a preceptos políticos, sociales o religiosos.

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