He terminado de leer “LA LUZ CRESPUSCULAR” de Joaquín Leguina.
Salvo excepciones muy aisladas, no existe en España tradición de que los políticos escriban sus memorias o reflexiones sobre lo vivido una vez que se alejan de la política activa. Esa falta de tradición se nota en los políticos socialistas que protagonizaron la transición y gobernaron en unos años tan importantes como los de 1982 a 1996.
Quizá no siempre esas memorias tuvieran interés para el lector, pero sí serían documentos valiosos para conocer mejor una determinada época de la historia de nuestro país.
Conozco algunos casos en que esas memorias se han limitado a una transcripción de agendas de trabajo o a redactar páginas de autoexculpación. Esos casos no son útiles.
Joaquín Leguina, pertenece a esa generación en la que me incluyo, que no vivió la guerra civil aunque sí algunas de sus peores consecuencias, que protagonizó o vivió las revueltas universitarias de las que se derivaron cambios sociológicos, el mayo francés, la guerra de Vietnam, la dictadura y su desaparición para construir un Estado democrático, los golpes de un terrorismo sanguinario, las revoluciones triunfantes o fracasadas de América Latina, la experiencia de la Unidad Popular de Allende en Chile, el reacomodo de la socialdemocracia en un mundo tan cambiante que produjo la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, los triunfos y fracasos electorales del PSOE…
Joaquín Leguina, en “La luz crepuscular”, con varias voces o varios protagonistas, en una especie de memoria sentimental, se acerca a describir la época que le tocó vivir: el mayo francés, el Chile de Allende, la transición, la invención de la Comunidad Autónoma de Madrid, la última historia del PSOE etc. sin olvidar su entorno familiar y sus aventuras sentimentales.
Si de algo se le puede achacar al autor, es un cierto “distanciamiento” respecto a acontecimientos que vivió y protagonizó, al caer en ocasiones, en la tentación de ser un espectador privilegiado que narra los hechos.
En todo caso, como Leguina escribe bien, es una persona culta y reflexiona, leo el libro con gusto, como había leído con satisfacción prácticamente todas sus novelas anteriores
Salvo excepciones muy aisladas, no existe en España tradición de que los políticos escriban sus memorias o reflexiones sobre lo vivido una vez que se alejan de la política activa. Esa falta de tradición se nota en los políticos socialistas que protagonizaron la transición y gobernaron en unos años tan importantes como los de 1982 a 1996.
Quizá no siempre esas memorias tuvieran interés para el lector, pero sí serían documentos valiosos para conocer mejor una determinada época de la historia de nuestro país.
Conozco algunos casos en que esas memorias se han limitado a una transcripción de agendas de trabajo o a redactar páginas de autoexculpación. Esos casos no son útiles.
Joaquín Leguina, pertenece a esa generación en la que me incluyo, que no vivió la guerra civil aunque sí algunas de sus peores consecuencias, que protagonizó o vivió las revueltas universitarias de las que se derivaron cambios sociológicos, el mayo francés, la guerra de Vietnam, la dictadura y su desaparición para construir un Estado democrático, los golpes de un terrorismo sanguinario, las revoluciones triunfantes o fracasadas de América Latina, la experiencia de la Unidad Popular de Allende en Chile, el reacomodo de la socialdemocracia en un mundo tan cambiante que produjo la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, los triunfos y fracasos electorales del PSOE…
Joaquín Leguina, en “La luz crepuscular”, con varias voces o varios protagonistas, en una especie de memoria sentimental, se acerca a describir la época que le tocó vivir: el mayo francés, el Chile de Allende, la transición, la invención de la Comunidad Autónoma de Madrid, la última historia del PSOE etc. sin olvidar su entorno familiar y sus aventuras sentimentales.
Si de algo se le puede achacar al autor, es un cierto “distanciamiento” respecto a acontecimientos que vivió y protagonizó, al caer en ocasiones, en la tentación de ser un espectador privilegiado que narra los hechos.
En todo caso, como Leguina escribe bien, es una persona culta y reflexiona, leo el libro con gusto, como había leído con satisfacción prácticamente todas sus novelas anteriores
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