(Ilustración
de “Diari de Tarragona.com; 29.08.16)
VOTAR
¿CANTANDO VILLANCICOS?
Falta poco
tiempo para ver cómo cerramos un año con un gobierno sin actividad, con un
Parlamento parado y paralizado, sin oposición, sin presupuestos y con dos
investiduras fracasadas. Mientras, la ciudadanía acrecienta su cansancio y
hartazgo ante unos políticos ineptos que nada resuelven y que nos convocarán a
unas nuevas elecciones mientras entonamos villancicos.
Quisiera que
alguien explicara las razones de la pasividad y la inacción de Rajoy, que nada
ha propuesto para que algunos partidos, el PSOE por ejemplo, cambien el sentido
de su voto para poder formar un nuevo gobierno. ¿Qué concesiones pone sobre la
mesa el candidato Rajoy para facilitar la abstención del PSOE? Y a Pedro
Sánchez alguien debiera soplarle al oído que abstenerse no es apoyar a un
gobierno y a sus políticas, sino permitir formar gobierno.
A todos los
partidos con representación parlamentaria, pero de forma algo más específica al
PP y al PSOE, les corresponde romper el bloqueo y recuperar la normalidad
institucional en España. No se puede banalizar con la voluntad popular
repitiendo elecciones hasta que el resultado sea el que más conviene a unos
determinados cálculos e intereses. No sé quién es más insensato: si Rajoy por
incapaz para propiciar el acuerdo o Sánchez por su enrocamiento en el no.
Si hace unos
meses sabíamos que el no infranqueable de Rajoy a Sánchez nos conducía a unas
segundas elecciones, ahora sabemos que el no infranqueable de Sánchez a Rajoy
nos lleva directos a unas terceras elecciones. Desde mi punto de vista, no hay
otras alternativas viables después de escuchar a los políticos amantes del megáfono y
sectarios hasta el aburrimiento.
Me duele pensar
que el PSOE pueda ser irrelevante en la política española. Si el PSOE fue un
partido modernizador y gobernó durante algunos años, fue por su pragmatismo,
por su racionalidad, por su programa de centroizquierda, porque tenía clara la
integración en Europa, porque supo contar con sectores profesionales
progresistas que veían en la globalización el anclaje para seguir modernizando
este país.
Seguí con
interés la investidura fracasada de Sánchez y he seguido con similar interés la
fracasada investidura de Rajoy. Cuando Sánchez pronunciaba su discurso
manifestando su negativa rotunda a facilitar un gobierno a Rajoy, mi impresión
es que hablaba a los votantes socialistas y no al candidato.
¿Y en quien
pensaba Rajoy cuando hablaba? Porque daba la impresión de ningunear incluso a
quienes habían comprometido su voto afirmativo con un pacto previo. Para Rajoy
la investidura es un simple acto de adhesión. No sabe gestionar las cosas de
otra forma.
Seguramente le
resultará duro a Rajoy pensar que en la vida hay otras opciones diferentes a la
adhesión y seguramente le resultará duro a Sánchez modificar el sentido de su
voto. No entiendo la estática posición de Rajoy y entiendo que la posición
mantenida por Pedro Sánchez es legítima, pero se agota en si misma al no
explicar qué solución ofrece a la parálisis política.
Para conseguir
acuerdos hay que negociar, lo que supone aceptar al negociador y entender que
debe haber cesiones de parte y parte. Y hoy, quien tiene la responsabilidad de
plantear propuestas que no sean irrechazables es Rajoy, como legítimo aspirante
a ser investido Presidente. Haber ganado las elecciones le concede esa
legitimidad, pero no los apoyos necesarios para ser investido Presidente y
comenzar a gobernar. Por ello debiera esforzarse bastante más en conseguir apoyos.
Pero si no hay otra alternativa viable,
habrá que convenir que la solución adecuada con la voluntad de las urnas, es
permitir gobernar a quienes más votos obtuvieron.
En un sistema
parlamentario pluripartidista, la ciudadanía espera que los políticos,
negociando a derecha y a izquierda, hagan política, pensando que este país
nuestro está necesitado de reformas urgentes para que el Estado no termine
haciendo aguas. Y esas reformas necesitan mayoría y en algunos casos mayorías
cualificadas.
Temas como una
reforma fiscal duradera, una ley de educación no sujeta a los intereses de un
partido u otro, una reforma electoral equilibrada, garantizar el Estado de
bienestar incluyendo el pago de las pensiones, asegurar el respeto a las
instituciones del Estado, necesitan consensos amplios e inclusivos en un
Parlamento activo, plural y complejo, donde se sepa que el Gobierno debe
abandonar su tendencia al Real Decreto y aceptar que la negociación debe ser
obra y acción de cada día. Consensos necesarios para desarrollar una educación
que capacite a las nuevas generaciones de españoles para que renuncien a
localismos y a regionalismos recurrentes y vean en la globalización no un
espantajo sino una oportunidad para su futuro.
Si aceptamos el
final de gobiernos presidencialistas arropados por mayorías absolutas, debemos
aceptar, de igual manera, la importancia de la democracia parlamentaria, y no
confundir el Parlamento con un espacio donde las soflamas, la querencia
asamblearia, la sobreactuación y las
formas más atrabiliarias, sustituyen a la dialéctica, al argumento, y a la
negociación y el acuerdo.
No quiero pensar
que existe en la política española un sectarismo existencial que impide
verdaderos acuerdos transversales capaces de enfrentarse a los problemas del
país, incluido el problema territorial que sólo un amplio acuerdo podrá ofrecer
ciertas garantías de éxito.
(Publicado en “El Diario Montañés”;
19.09.16)