Notas
después de leer “El café sobre el
volcán” de Francisco Uzcanga.
El
Berlín de entreguerras fue un hervidero artístico. Y su epicentro se situaba en
el Romanisches Café. No es extraño que las visitas guiadas de la época se
detuvieran a sus puertas y lo calificaran como «el olimpo de las artes
inútiles, la sede de la bohemia berlinesa». Los visitantes podían encontrarse,
con más o menos frecuencia, a personajes capitales en la cultura del siglo XX.
De Stefan Zweig a Marlene Dietrich, de Albert Einstein a Sylvia von
Harden, de Billy Wilder a Carola Neher, de Otto Dix a Else Lasker-Schüler, de
Bertolt Brecht a Käthe Kollwitz, de Josep Pla a Egon Erwin Kisch, y también a Joseph
Roth, Kurt Tucholsky, Alfred Döblin, Walter Benjamin, Heinrich Mann....
La
crónica del Berlín de entreguerras arranca en 1922 y acaba en el fatídico año
1933. Este libro recrea el ambiente del café y nos avanza momentos de las vidas
de sus más ilustres clientes, todas ellas atravesadas por los intensos dilemas
que sacudieron la primera mitad del siglo XX, como la Primera Guerra Mundial o el auge del fascismo.
Los nazis como el siniestro Goebbels, escritor
frustrado, situarán a este café en su punto de mira.
"Los
judíos bolcheviques están sentados en el Romanisches Café y urden ahí sus
siniestros planes revolucionarios; por la noche invaden los locales de
esparcimiento de la Kurfürstendamm, se dejan incitar al baile por orquestas de
negros y se ríen de las miserias de la época". El autor de la frase es
Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler.
Cuando
se acaba la lectura uno se pregunta qué hubiera sido de Europa si toda esa
explosión de talento hubiera seguido reuniéndose en el Romanisches Café,
divirtiéndose, sableándose, criticándose y generando tal explosión de
creatividad.
Algo
similar ocurre cuando uno estudia el exilio español después de la Guerra Civil
y se pregunta que hubiera sido de España con la presencia de todo aquel capital
humano que tuvo salir del país.
Resultan
muy interesantes sus explicaciones sobre la inflación de 1923, que enlaza con
el asesinato de Walther Rathenau y sus observaciones sobre los motivos que
auparon a Hitler al poder.
El
Berlín de los años veinte es también el Berlín de la emancipación de las
mujeres, a las que la ausencia de los padres y esposos durante la Gran Guerra
había demostrado que no sólo era posible vivir sin hombres, sino también que
podían ejercer con éxito los diversos roles y cargos que su ausencia había
dejado vacantes. Nos imaginamos a las mujeres de aquel Berlín, caminando
apresuradas durante el día con el corte de pelo a lo bubi y zapatos planos para salir luego por la
noche con un cigarrillo con boquilla, liberadas por fin de la faja de sus
madres y abuelas, descaradas, libertinas y tremendamente vivas.
El
éxito y el papel emblemático del Romanisches Café se explican por su función de
reunir entre sus paredes a todo aquel universo cultural en efervescencia,
incluyendo, por supuesto, a los ansiados mecenas. El Romanisches Café no
tardaría en tener también una mesa para la Gestapo.
En
marzo de 1933, una patrulla nazi entró y destrozó el mobiliario.
En 1943
una bomba aliada se lo llevó definitivamente.
“El
Romanisches encarnó el Berlín de aquella época. Es decir, todo aquello que
odiaban los nazis: el cosmopolitismo, la modernidad, la literatura de
asfalto…”, asegura el autor.
Un libro documentado y de lectura muy recomendable.
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