Notas después de leer la novela “EL RUIDO DE ENTONCES” de ANTÓN ARRIOLA
“El ingeniero había salido de la
central a las 19:45, en su Seat 131 de color blanco. Nunca llegó a casa. A las
21:30, se recibió una llamada en la delegación en Bilbao del diario Egin.
«Tenemos a Ryan, de Iberduero», dijeron. Comenzó entonces una morosa semana de
angustia y esperanza, cuyo desenlace pasaría a formar parte de la historia de
la infamia. Desde aquel tiempo mi madre, al despertarse los sábados por la
mañana, oía el ruido de una segadora. La maquinaria del mundo se ponía en
marcha con un ronroneo estremecedor, que le hablaba de aniquilamiento y
desolación como ningún elaborado soneto o discurso pudiera hacerlo. Pero solo
existía ya dentro de su cabeza: hacía años que José Mari había dejado de cortar
la hierba de su jardín”.
Mediante una combinación de ficción y
crónica autobiográfica, “El
ruido de entonces” se adentra en los trágicos hechos que
acontecieron alrededor de la central nuclear de Lemóniz. El secuestro del
ingeniero José Mari Ryan, el 29 de enero de 1981, asesinado por ETA el 6 de
febrero, vecino y amigo de la familia del autor, constituye su elemento
central. El padre del autor hizo la mili con Ryan y comenzó a trabajar en
Iberduero (ahora Iberdrola) el mismo día en que lo hizo el ingeniero asesinado.
Su padre fue junto a otro ingeniero de Iberduero, al bosque donde los
terroristas habían matado a su amigo, donde agentes de la Guardia Civil se
hallaban "muy nerviosos" ante la posibilidad de que, en vez de
encontrar a la víctima, ETA les hubiesen tendido una trampa y fuera a explotar
una bomba.
En esa alternancia entre realidad y
ficción, el autor reflexiona también sobre lo que supuso para la sociedad vasca
ese suceso, con el que "muchos abrieron los ojos", "se les cayó
la venda", ante la violencia de ETA, la cual logró "uno de sus
mayores éxitos, si no el mayor" con la paralización del proyecto de la
central de Lemóniz, aunque su estrategia criminal fue contestada con
manifestaciones multitudinarias en las calles. Ryan no fue el único asesinado
en Lemoiz: en 1978, una bomba mató a dos empleados de la central: Alberto Negro
y Andrés Guerra; en 1979 asesinó a Ángel Baños y dos años después de asesinar a
Ryan, ETA asesinó a Ángel Pascual Múgica en presencia de su hijo.
Junto a la pretensión inicial de contar la
historia de un hombre inocente atrapado en una encrucijada, del relato irá
aflorando una convicción: la necesidad de recuperar los recuerdos dolorosos de
entonces, para que entre todos convirtamos a la memoria en guardiana de nuestro
futuro. El autor vivió muy de cerca aquel dramático episodio.
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