He leído algunos libros sobre la memoria familiar como “El olvido que
seremos” de Héctor
Abad Faciolince, “Adios a los padres” de
Hector Aguilar Camín, “La invención de la
soledad” de Paul Auster o “La isla del padre” de Fernando Marías. Son textos utilizados para explicar determinadas
historias o circunstancias de un país o para desarrollar un relato que vaya más
allá del relato oficial.
Esto último ocurre con la novela “La distancia que nos separa” del peruano Renato Cisneros,
donde aborda la figura de su padre, el militar Luis Federico Cisneros
Vizquerra, apodado “El Gaucho” (1926-1995), general de División del
Ejército peruano, polémico ministro del Interior (1976-1978)
y de Guerra (1981-1983) del Perú con los Gobiernos de Morales Bermúdez y
Belaúnde Terry. Nacido en Buenos Aires en el seno de una familia peruana, se
formó como militar en el Colegio Militar de la Nación, donde fue compañero
de algunos que protagonizaron el golpe de Estado de 1973 y lideraron la dictadura
militar argentina, incluido Jorge Rafael Videla.
Como
militar y ministro no dudó en implantar toques de queda, encarcelar a
disidentes y reprimir a medios de comunicación. Lideró algunas ofensivas del
Ejército contra Sendero Luminoso y se enfrentó a Fujimori. Para la derecha
peruana era un héroe y para la izquierda un monstruo.
La
novela es un relato familiar
que se acerca a la zona privada de un personaje famoso. El autor vivió 18 años con su padre, hasta 1995, cuando
murió de cáncer. En esos años vio que era una persona "llena de contradicciones y de matices".
El
autor descubrió que su padre nunca se casó con su madre, algo que formaba parte
de una especie de tradición familiar que empezó con su tatarabuelo, un
sacerdote que tuvo siete hijos de la misma mujer.
Para
conocer la historia de su padre, se entrevista en Paris con su hermana mayor Melania.
Es la hija de la primera mujer de su padre. Ella le recuerda que “El Gaucho” nunca se divorció de su
madre, que su segundo compromiso –la madre de Renato– fue "la
amante". Es uno de los mejores relatos de la novela, incluyendo la
historia de la propia Melania, como lo es cuando el padre se reencuentra con un amor
de juventud en Buenos Aires.
“Quién era él antes de mí. Quién soy yo después de él”,
es el reto que el escritor asumió al escribir la historia de su padre y, en
parte, la historia de su familia.
El relato se mueve entre dos orillas. Por una parte,
la condena a sus muchos deslices personales y profesionales y, por otra, la
necesidad de comprender a un personaje tan complejo y difícil.
En el texto hay momentos de mucha fuerza como aquel en
el que el padre se fotografía con Augusto Pinochet, cuando cena con Videla,
cuando esconde a un militar que escapaba de la justicia
argentina, cuando sabe de su vinculación con un atentado contra Alan García o la imagen de su última derrota
política cundo estaba siendo derrotado por la vida.
Dice el
autor: “No lo justifico ni jamás justificaré ninguna de las matanzas
perpetradas por el Ejército, como tampoco puedo justificar disposiciones que
tomó mi padre para movilizar las Fuerzas Armadas en Ayacucho, que fue la
provincia donde ocurrió el 80% de la actividad terrorista de Sendero Luminoso.
Yo no quería que el libro fuese un territorio en el que mis opiniones o mi
ideología estuviesen confrontándose con las de mi padre. Me parecía que no era
un lugar donde la propaganda ni el debate de ideas tenían que darse, ni
juzgarlo a él, sino simplemente describirlas, contarlas y sí, narrar cómo eso
iba afectando mi vida familiar o iba cambiando mi mirada del mundo”.