ELECCIONES
EN BRASIL
En Brasil no se
trataba de elegir entre opciones políticas, sino entre dos modelos de sociedad
radicalmente opuestos: elegir a quien respeta la democracia representativa o
apoyar a quien desprecia el sistema de libertades. Escribía Enrique Krauze:
“Brasil está a punto de cometer un suicidio político y cultural”.
El Partido de
los Trabajadores de Lula y Dilma Rousseff salió del gobierno con las revueltas
de 2016, asediado por la crisis económica, las acusaciones de corrupción y la
complicidad de algunos poderes del Estado, después de 14 años y haber ganado
las últimas cuatro elecciones.
Con una crisis
institucional seria y una agresiva campaña electoral que ha polarizado a la
población en dos bloques irreconciliables, parte de esa población ha olvidado
que el Partido de los Trabajadores no tocó la fiscalidad de las rentas altas,
no nacionalizó empresas, ayudó económicamente a la iniciativa privada y treinta
millones de personas salieron de la miseria, pero buena parte de ellos han
olvidado su origen y quien gestionó las políticas que les sacaron de la miseria
y se consideran hoy “nuevas clases medias” o “nuevas clases trabajadores”. Con
Lula en la cárcel condenado por corrupción e inhabilitado para presentarse en
estas elecciones, la herencia del Partido de los Trabajadores, sus éxitos y sus
errores, los ha recogido Fernando Haddad, que fuera Ministro de Educación con
Lula da Silva. El juez que condenó a Lula será el próximo Ministro de Justicia.
En la 1ª vuelta,
Jair Bolsonaro, capitán del Ejército retirado, de 63 años, líder del Partido
Social Liberal (PSL) obtenía el 46% de los votos y Haddad el 30%. La victoria a
la Presidencia en la 1ª vuelta sólo la consiguió Fernando Henrique Cardoso en
1994 y 1998, del Partido de la Social Democracia Brasileña. En la segunda
vuelta, el 28 de octubre, Bolsonaro ganaba la Presidencia de la República
Federativa de Brasil con el 55 % delos votos, mientras Fernando Haddad obtenía
el 44,8%.
La sociedad
brasileña parece manifestarse cansada de los partidos políticos tradicionales,
de la corrupción y de la violencia y ha optado por un personaje autoritario,
racista, machista, ultra liberal en lo económico y con soluciones extremas para
atajar los problemas: 60.000 personas mueren de forma violenta en Brasil cada
año y en las cárceles hay 700.000 presos en condiciones de hacinamiento. Cuando
la izquierda fue acusada de corrupción, se quebraron muchas esperanzas y el
Partido de los Trabajadores acumuló mucho odio en su contra, que se ha
manifestado en las urnas. Bolsonaro ha sabido explotar ese odio al Partido de
los Trabajadores. Hoy se discute la bondad del proteccionismo para la industria
nacional, las políticas distributivas y los programas sociales de inclusión.
Exacerbar el
nacionalismo, agitar el odio, la intolerancia y despreciar los derechos humanos,
como ha hecho Bolsonaro, no es la fórmula para enfrentarse a la crisis que vive
Brasil, con un Parlamento atomizado, muy conservador, donde la mayoría de los
partidos no actúan como proyectos ideológicos. Aunque el Partido de los Trabajadores tiene 57
diputados, el heterogéneo Partido Social
Liberal de Bolsonaro con 52 tiene más potenciales aliados.
Jair Bolsonaro,
el líder fanfarrón que desprecia las libertades, que no duda en defender la
tortura y que justifica la dictadura que se mantuvo en Brasil entre 1964 y 1985,
era casi un desconocido, aunque haya sido Diputado durante los últimos 27 años.
Defensor de la familia tradicional, contrario a la llamada “ideología de
género”, que califica de estiércol a los derechos humanos, ha obtenido el apoyo
de amplios sectores de la sociedad, incluidos los descontentos del sistema, la
clase alta, la clase media tradicional y las grandes empresa (un grupo de
empresarios parece haber financiado la difusión de mensajes contra el Partido
de los Trabajadores a través de whatsApp).
Con el apoyo
recibido en las urnas y su deriva autoritaria, Bolsonaro puede poner en riesgo
el Estado de derecho y la democracia en Brasil, país que debiera ser uno de los
protagonistas de la comunidad internacional del siglo XXI; no es la solución al
cansancio de la población ante la corrupción, la crisis institucional y los
problemas estructurales de una economía mal gestionada en los últimos años.
Las elecciones
se han celebrado en un clima de descrédito de las instituciones políticas, con
el expresidente Lula en la cárcel, con Dilma Rousseff víctima de un impeachment y con un presidente saliente, Michel Temer, incapaz de
enfrentarse a la gobernabilidad del país. Se rompieron las costuras de un pacto
que quiso hacer posible el Partido de los Trabajadores. La actual crisis
política, económica y social, solo ha beneficiado a la extrema derecha.
Para la gestión
de la economía, Bolsonaro ha elegido a Paulo Guedes, un entusiasta de las
teorías económicas ultraliberales de la Escuela de Chicago cuyo objetivo es
reducir al máximo todo lo público, incluyendo la privatización del sistema de
pensiones.
Bolsonaro,
casado tres veces, ha recibido el apoyo expreso y determinante de las Iglesias
Evangélicas, poderosas corporaciones que aglutinan negocios y a 42 millones de
fieles.
El Presidente
del Tribunal Supremo Federal ha declarado: “El futuro presidente debe respetar
a las instituciones, a la democracia, al Estado de derecho, al Poder Judicial y
al Congreso Nacional”.
Personajes
siniestros como Bolsonaro utilizan la libertad que les otorga el sistema, para
insultar y descalificar a la oposición y al diferente.
Publicado en Diario Montañés: 10.11.18