“EL
ECO DE LOS DISPAROS” el libro de EDURNE PORTELA de 2016, nos ofrece elementos de reflexión sobre la
variedad de respuestas morales que genera el terrorismo. ETA dejó de
matar en 2010. Es el momento de construir la narración de los años de plomo y
decidir qué les vamos a contar a nuestros hijos y nietos. ¿Qué relato va quedar
de estos años? Esta es la pregunta que nos plantea el texto de Edurne Portela. «Somos cómplices de lo que nos deja indiferentes», repite. El
relato no podemos permitir que sea el que construyan los asesinos.
Hubo demasiados silencios en esos años,
silencios que en unos casos eran sinónimo de indiferencia y en otros de miedo.
Ahora que ETA ha dejado de matar no podemos volver a callarnos. Hoy nos
enfrentamos al reto de la memoria y esa memoria no puede abordarse desde la
equidistancia. La equidistancia tiende a la comodidad y no podemos olvidar que
en estos años de plomo unos sufrieron, otros hicieron sufrir
y muchos miraron para otro lado. ¿Olvidamos la violencia que
a veces se ejerció contra los etarras, basada en un concepto inaceptable de la
defensa del Estado? No la olvidamos, pero tampoco la comparamos con la
violencia sistemática de ETA.
Edurne Portela, nacida en 1974, según ella misma
nos cuenta, vivió su adolescencia en la cotidianidad de la violencia,
asistiendo a conciertos de rock radical de Kortatu o La Polla Records en los que se coreaba “gora ETA militarra”, cruzando la frontera
francesa para visitar a un familiar amigo de “los barbudos” o viviendo
en la ignorancia sobre el sufrimiento de la señora que les vendía anchoas, de
la que con el tiempo supo que era viuda de un asesinado. Más
tarde, la autora puso tierra de por medio y se doctoró en Literaturas
Hispánicas en Estados Unidos.
Con “El eco de los disparos” ha evocado
finalmente a sus propios fantasmas, los de la violencia que permeaba la
sociedad vasca en la que nació y creció. La autora analiza cómo determinadas
expresiones culturales desde
la literatura, la fotografía o el cine han abordado el
terrorismo de ETA y su objetivo es analizar cómo la literatura y el cine pueden
contribuir a formar una sociedad más cívica, más responsable, más ética, a través de un esfuerzo por
recordar ese pasado tan inmediato en el que demasiados vascos optaron por el
silencio.
Como ha escrito Berna González Harbour,
“Portela
aporta un libro complejo a una realidad compleja, huyendo del maniqueísmo y de
la equidistancia y navegando con una precisión difícil pero certera en el territorio
que abrió Primo Levi cuando defendió conocer lo complejo para comprender, no
para justificar”.
La autora, Edurne Portela, afirma: “La
actitud de la sociedad vasca ha sido de complicidad y la complicidad tiene la
idea de culpa implícita. Pero esta complicidad es muy compleja porque puede
venir del miedo, de la connivencia o también de la ignorancia, una ignorancia
activa, preferir no saber por ese terrible algo habrá hecho”. “La participación de la sociedad
vasca en el problema ha sido inconsciente, pero también ha sido responsable”.
Portela señala el papel constructivo que
tienen en este sentido obras de Fernando Aramburu, González Sainz, Jaime Rosales, el
fotógrafo Clemente Bernad y algunos otros. Pero critica a fondo la falsa
normalización que exhibe una película como “Ocho apellidos vascos”, paradigma para ella de lo que no debe ocurrir.
Dice la autora: “Nos estamos saltando un
paso fundamental: si no hay autocrítica, si no hay reconocimiento del daño, si
no hay elaboración no podemos pasar al humor. No nos lo hemos ganado todavía”.
No comparto totalmente esa tesis, pero aquí trato de resumir lo que dice la
autora.
A lo largo del libro conocemos a una
Edurne Portela con un rechazo visceral a los batasunos y a su
retórica, pero que insiste en la necesidad de incluir en el cuadro el
terrorismo de Estado o la violencia policial, sin que eso suponga hacer tabla
rasa y equiparar a todas las víctimas y a todos los discursos. Se opone a
la equidistancia cómplice, pero también a la utilización política de las
víctimas del terrorismo, realizada a veces por las propias asociaciones de
víctimas o por algunos partidos políticos.
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