En “La hija de Cayetana”, la novela de Carmen Posadas nos cuenta
una historia real de María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo,
decimotercera duquesa de Alba (1762-1802), superficial y caprichosa, pero una de las mujeres más
carismáticas de finales del siglo XVIII, casada con su primo José Álvarez de Toledo y Gonzaga, marqués
de Villafranca del Bierzo y duque de Medina Sidonia.
Cayetana, la XIII duquesa de Alba, nacida en Sevilla,
no tuvo una infancia idílica. A los ocho años perdió a su padre. Al carecer de
hermanos, se convirtió en la heredera de todos los títulos nobiliarios de su
padre, así como los que dejara su abuelo, Fernando de Silva y Álvarez de
Toledo.
Aparte de la monarquía, la Casa de Alba pugnaba en
popularidad y poder con los duques de Osuna, el otro gran apellido. Para
demostrar quién podía abarcar y ostentar más, no eran raras las fiestas en las
que la aristócrata abría sus palacios de La Moncloa y de Buenavista a la gente
de a pie, incluidos poetas e intelectuales.
A la duquesa de
Alba le regalaron una niña mulata, María de la Luz. Ella se enamoró de esta niña, la adoraba, la hizo su hija legal,
la crio
como si fuera su propia hija y al morir
en 1802, la dejó una fortuna, pero de aquella niña no se sabe prácticamente nada.
Aunque
hay documentación suficiente que acredita el afecto que despertó la pequeña en
la Duquesa y el espacio que ocupó en su vida.
Al no tener hijos, fue su primo Carlos
Miguel Fitz James Stuart y Silva quien heredó las propiedades y los títulos.
Ahí terminó la estirpe de los Álvarez de Toledo y los herederos dela Casa de
Alba comenzarona apellidarse Fitz James Stuart.
Seguramente, de
no haber muerto Cayetana a los 40 años, la vida de María Luz hubiera sido muy
distinta.
La madre biológica de
la niña era una esclava embarazada por el hijo del patrón, a la que arrebatan
la niña.
En aquellos tiempos
existía la esclavitud en España. Con todo el desparpajo y hasta como un detalle
de buen gusto, era tener esclavos negros vestidos de librea y criaditas negras.
La novela confronta
la historia de estas dos madres, la duquesa de Alba y esa esclava negra a la
que le arrancan la niña con dieciocho años, apenas unos meses después de dar a
luz.
Al tiempo que conocemos
la historia de esta niña, hija de una esclava cubana, conoceremos los
entresijos de la corte de Carlos IV, la presencia de personajes como Goya y
Godoy, las intrigas, venganzas y amoríos en aquella España decadente o la vida
de los esclavos en España a través de su madre, que no
cejará en su empeño por recuperar a su hija.
Goya, que había sido invitado por la
duquesa, su mecenas, a pasar una temporada con ella en su casa de Sanlúcar de
Barrameda, hizo un dibujo, que custodia el Museo del Prado, en el que se la
puede ver con ella en brazos.
Es la misma niña que tira del vestido de «la Beata»
–Rafaela Luisa Velázquez, camarista de la duquesa– en otro de los lienzos,
junto a Tomás de Berganza, hijo del mayordomo.
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