He leído “LOS HEREJES”, novela del cubano LEONARDO PADURA, donde aparece, de nuevo, Mario Conde para resolver
problemas. La mirada de Conde, que ya hace tiempo abandonó su condición de
policía, sobre la realidad social y política de Cuba es tan demoledora como su
intuición.
Padura recupera en su
novela un aspecto poco conocido en la historia de Cuba: la comunidad judía en
La Habana.
El 13 de mayo de 1939,
el buque S.S. St. Louis, en el que viajaban más novecientos judíos zarpa de
Hamburgo. Huyen de Alemania. Al llegar a La Habana las autoridades cubanas
vetan el desembarco de aquellos pasajeros, salvo que puedan pagar quinientos
dólares por visado. Solo 23 pudieron pagar esa cantidad y fueron autorizados a
desembarcar. Pasó varios días, entre el 27 de mayo de 1939 y el 3 de junio,
fondeado frente a La Habana en espera de que se autorizara el desembarco de los
refugiados. El buque debió regresar a Europa después de que los gobiernos de
Estados Unidos y Canadá también le denegaran la entrada y de los 937 pasajeros,
solo 240 sobrevivieron a los campos de exterminio nazi. El niño Daniel Kaminsky, judío askenazí de
Cracovia, y su tío Joseph esperaron en el muelle de La Habana a que
descendieran sus familiares, los padres de Daniel, confiados en que éstos
utilizarían ante los funcionarios un tesoro que portaban a escondidas: un
pequeño lienzo de Rembrandt pintado hacia 1640 que pertenecía a los Kaminsky
desde el siglo XVII. Pero el plan fracasó y el barco regresó a Alemania,
llevándose consigo toda esperanza de reencuentro. Daniel creció en La Habana
con su tío Joseph, conocido como Pepe
Carteras por su habilidad trabajando el cuero.
Muchos años después, en
2007, cuando ese lienzo sale a subasta en Londres, el hijo de Daniel Kaminsky,
Elías, viaja desde Estados Unidos a La Habana para aclarar qué sucedió con el
cuadro y con su familia. Sólo alguien como el investigador Mario Conde podrá
ayudarle. Elías averigua que a Daniel le atormentaba un crimen. Y que ese
cuadro, una imagen de Cristo, tuvo como modelo a otro judío, que quiso trabajar
en el taller de Rembrandt y aprender a pintar con el maestro.
Padura, en una
magnífico ejercicio de reflexión histórica y sobre lo que significa la libertad
individual frente a cualquier dogma, se adentra en los días de Rembrandt en
Ámsterdam en el siglo XVII y en aquel discípulo suyo, judío, que tuvo ocultar
su vocación de pintor porque no era aceptado que un judío practicara la
plasmación de imágenes y fue otra víctima de la intolerancia de la época. La
comunidad judía consideraba un hereje a aquel que en su pintura representara
escenas del Antiguo Testamento.
Padura añade otra
historia cubana, la chica de indumentaria gótica y sus amigos que no creen en
la sociedad en la que viven. Conde investigará lo sucedido a esa chica y ello será
el mejor pretexto para acercarse a una realidad cubana distinta a la que se ve
en las calles del racionamiento, las carencias
y el desencanto.
La herejía es una forma
de rebelarse, es un ejercicio de libertad frente a preceptos políticos,
sociales o religiosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario