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“Madrid, 1939: La conjura del coronel Casado” de Ángel Bahamonde Magro
El 5 de marzo de 1939, el
coronel Segismundo Casado lideró un golpe de Estado contra el gobierno de la
República que presidía Juan Negrín. Encontró la oposición del partido
comunista, que fue neutralizado para evitar la resistencia.
El autor analiza la sublevación militar
contra el gobierno que presidía Negrín y las últimas semanas de la Guerra Civil
a través del análisis del material que ofrecen un millar de sentencias
judiciales de militares de las filas republicanas, leales a la República unos y
desleales otros. Todos fueron sometidos a juicios sumarísimos por una
jurisdicción de excepción creada al acabar la guerra.
El 23 de marzo de 1939, representantes del
Consejo de Defensa enviados por el coronel Casado y del general Francisco
Franco, se reunieron en el aeródromo burgalés de Gamonal, con el objeto de
pactar las condiciones de rendición de la República. El coronel franquista Luis
Gonzalo dejó claro que no se iba a negociar nada, sino a obedecer las órdenes
procedentes del Cuartel General del Generalísimo que tenían un objetivo:
la rendición incondicional del "ejército rojo". No habría
paz para los republicanos. Tampoco una vez terminada la Guerra Civil.
El coronel Casado pecó de soberbia y
deslealtad, por su deseo de imponer la razón militar sobre la civil. El golpe
era el resultado de una estrategia conspirativa que se venía elaborando desde
febrero de 1938, tras las derrota en Teruel, y pretendía terminar con la
Guerra Civil con una paz honrosa para los vencidos. Franco, sus servicios
secretos y la llamada quinta columna de Madrid, habían alimentado esta ilusión
entre los militares de carrera que habían sido fieles a la República. Casado y
un nutrido grupo de militares profesionales creyeron en un abrazo entre
militares de uno y otro bando que pusiera fin a la Guerra Civil. Las esperanzas
de Casado no tenían un fundamento real. Después de treinta y tres meses de
guerra, ningún indicio "hacía
razonable la idea de que Franco deseara la paz, y menos una paz honrosa que
dejara un aliento de dignidad a su enemigo".
En la madrugada del 26 de marzo, Franco
ordenó la última ofensiva de la guerra. Se envió a Casado un radiograma: "Ante la inminencia del movimiento de
avance en varios puntos del frente, en algunos de ellos imposible de aplazar
ya, compete a fuerzas en línea enemiga ante preparación artillería o aviación,
saquen bandera blanca, aprovechando la breve pausa que se hará para enviar
rehenes con igual bandera, objeto: entregarse utilizando instrucciones dadas
para la entrega espontánea".
El 30 de marzo Segismundo Casado
abandonaba España por el puerto de Gandía en una salida privilegiada avalada
por el propio ejército franquista y la marina británica. No sucedió lo mismo
con la multitud de población civil que se agolpaba en los puertos, que fue
abandonada a su suerte por la comunidad internacional y sufrió la represión del
régimen franquista. Había terminado la guerra pero no había llegado la
paz. Hubo una trágica coincidencia: a Franco se le facilitaba liquidar la
guerra ganando la última batalla, la toma de Madrid, y Casado se deshacía de un
gobierno civil al que no respetaba. Ganar la guerra le dio crédito a Franco
para mantenerse en el poder durante un largo tiempo.
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