LAS TRECE ROSAS
Tenía escaso interés en ver la película “Las 13 rosas” de Emilio Martínez Lázaro, pero después de leer el comentario de Raúl y la crítica de Carlos Boyero en El País, ese nivel escaso se ha reducido a nada.
No me apetece que la película me distraiga de lo que conozco sobre esta historia. Lo último que leí sobre este tema, creo recordar, que fue un artículo en la revista de El País de Lola Huete.
La primera vez que tuve noticia de este hecho, uno de los más crueles de la represión franquista, fue en un número de Ruedo Ibérico de 1966 que comentaba la oposición al régimen entre 1939 y 1955.
En 1994, Fernanda Romeo Alfaro volvió a recordarme a las 13 rosas en su libro “El silencio roto. Mujeres contra el franquismo”.
Leí después la novela de Jesús Ferrero que tituló “Las treces rosas” y tuve la suerte de presentar a Carlos Fonseca cuando vino a Santander a comentar su obra publicada en 2004: “Treces Rosas Rojas. La historia más conmovedora de la guerra civil”, escrita después de dos años de investigación rigurosa de testigos y documentos.
Una historia de revanchas, de odios, en un Madrid de posguerra, un Madrid oscuro, cargado de miedos y silencios, de vencidos con la carga de su derrota y de vencedores deseosos de venganza.
La historia de las treces rosas es parte de una tragedia colectiva sobre la que en ocasiones se ha pasado de puntillas o mirando hacia otro lado, la descripción de una infamia, el testimonio de la impunidad de los vencedores.
En la madrugada del 5 de agosto de 1939, fueron fusiladas en las tapias del Cementerio del Este de Madrid 13 muchachas que tenían entre 18 y 29 años y 43 muchachos. El juicio sumarísimo que había concluido con las sentencias de penas de muerte se había celebrado dos días antes en Las Salesas: escaso tiempo para suplicar clemencia.
Acusaciones para sentenciar pena de muerte: pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas; formar parte de grupos clandestinos; ejecutar órdenes emanadas del extranjero; “haber sido cobradora de tranvías durante la denominación marxista”; de adhesión a la rebelión.
Fueron enterradas en una fosa común. El 5 de agosto de 1988 se colocó una placa conmemorativa en las tapias del cementerio de La Almudena: “Las jóvenes llamadas las Treces Rosas dieron aquí su vida por la libertad y la democracia el 5 de agosto de 1938. El pueblo de Madrid recuerda su sacrificio”.
Tenía escaso interés en ver la película “Las 13 rosas” de Emilio Martínez Lázaro, pero después de leer el comentario de Raúl y la crítica de Carlos Boyero en El País, ese nivel escaso se ha reducido a nada.
No me apetece que la película me distraiga de lo que conozco sobre esta historia. Lo último que leí sobre este tema, creo recordar, que fue un artículo en la revista de El País de Lola Huete.
La primera vez que tuve noticia de este hecho, uno de los más crueles de la represión franquista, fue en un número de Ruedo Ibérico de 1966 que comentaba la oposición al régimen entre 1939 y 1955.
En 1994, Fernanda Romeo Alfaro volvió a recordarme a las 13 rosas en su libro “El silencio roto. Mujeres contra el franquismo”.
Leí después la novela de Jesús Ferrero que tituló “Las treces rosas” y tuve la suerte de presentar a Carlos Fonseca cuando vino a Santander a comentar su obra publicada en 2004: “Treces Rosas Rojas. La historia más conmovedora de la guerra civil”, escrita después de dos años de investigación rigurosa de testigos y documentos.
Una historia de revanchas, de odios, en un Madrid de posguerra, un Madrid oscuro, cargado de miedos y silencios, de vencidos con la carga de su derrota y de vencedores deseosos de venganza.
La historia de las treces rosas es parte de una tragedia colectiva sobre la que en ocasiones se ha pasado de puntillas o mirando hacia otro lado, la descripción de una infamia, el testimonio de la impunidad de los vencedores.
En la madrugada del 5 de agosto de 1939, fueron fusiladas en las tapias del Cementerio del Este de Madrid 13 muchachas que tenían entre 18 y 29 años y 43 muchachos. El juicio sumarísimo que había concluido con las sentencias de penas de muerte se había celebrado dos días antes en Las Salesas: escaso tiempo para suplicar clemencia.
Acusaciones para sentenciar pena de muerte: pertenecer a las Juventudes Socialistas Unificadas; formar parte de grupos clandestinos; ejecutar órdenes emanadas del extranjero; “haber sido cobradora de tranvías durante la denominación marxista”; de adhesión a la rebelión.
Fueron enterradas en una fosa común. El 5 de agosto de 1988 se colocó una placa conmemorativa en las tapias del cementerio de La Almudena: “Las jóvenes llamadas las Treces Rosas dieron aquí su vida por la libertad y la democracia el 5 de agosto de 1938. El pueblo de Madrid recuerda su sacrificio”.